Juego de Rol sobre Crepusculo
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Rosalie Hale

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MensajeTema: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeLun Feb 23, 2009 2:10 am

Este es un pequeño escrito que tengo desde hace un tiempo. Actualmente lo he dejado así (lleva así desde septiembre del pasado año), pues me parece que es suficiente como está. No sé, no quiero continuarlo porque creo que así está bien, que el resto sea pie para imaginar. El texto comienza con una pequeña introducción.
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Rosalie Hale

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MensajeTema: Prólogo   Adiós, madre. Icon_minitimeLun Feb 23, 2009 2:11 am

Aún no sé si realmente debo hacerlo. Es algo tan superior a mis fuerzas que no soy capaz de intentarlo siquiera... Además, no lo comprendo. Es demasiado extraño, demasiado rocambolesco. No puedo lograrlo. Pero tampoco puedo quedarme aquí quieto, sin siquiera intentarlo. Sería débil si por lo menos no lo intentara una vez. Puedo intentarlo, aunque si sale mal... Puede, puede que quizás haya alguna posibilidad de conseguirlo... O no... Sea cual sea el resultado, no quiero quedarme aquí sentado sin hacer nada... Quiero ayudar a conseguirlo... O ser el culpable de haberlo destruido. Y si pasa esto seguro que me sentiré mal, pero debo asumir el riesgo. Entonces lo haré... Tengo miedo, mucho miedo... Asumiría una gran responsabilidad, pero no quiero... O sí quiero, pero me veo incapaz. Necesito alguien... Necesito ayuda. Quiero ayuda. Solo no conseguiré nada, y es así como quiero hacerlo, solo... Sin nadie a mi lado, sin ayuda... Por eso no quiero hacerlo, porque sé que si me ofrezco, que si lo hago, deberé hacerlo solo, sin nadie a mi lado para evitar cualquier daño. Quiero, no puedo, debo, no puedo, necesito... Y no logro salir de este estúpido dilema. Lo haré, lo he decidido. Si no puedo, otro lo hará después de mí. Pero yo debo ser el primero, debo ir donde nunca nadie ha ido, debo hacer lo que nunca nadie ha hecho y debo volver de donde nunca nadie ha vuelto. Y si lo consigo, habré hecho por fin lo que se esperaba de mí. Conseguiré hacerlo, por el bien de todos.
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Rosalie Hale

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MensajeTema: Adiós, madre. (I)   Adiós, madre. Icon_minitimeLun Feb 23, 2009 2:13 am

Era tarde, muy tarde. La luna se alzaba en su cenit tan llena como siempre. Hacía ya años que la luna no cambiaba de fase. Era llena para siempre, habían dicho algunos. Y aún así, la gente no se preocupaba por ello. Y no era de extrañar, dado el paisaje desolado en el que se encontraban... Pero no era eso de lo que se preocupaban, ya se habían acostumbrado a él. A las tierras yermas, sin alimento, y a los bosques secos, sin flores. Estaban acostumbrados a la desolación, a la destrucción. Muy pocos recordaban aquella tierra como era antes. En sus recuerdos solo existían tierras rojas salpicadas de picos escarpados y bosques sin hojas. Era imposible que pudiesen sobrevivir y, contra toda ley natural, contra cualquier pronóstico, ellos lo hacían. Aunque el precio que pagaban por ello era alto, muy alto. Era el vivir en aquellas condiciones, cazando lo que malvivía entre aquellos árboles secos, en aquellas tierras desoladas, rotas, y en aquellos picos tan puntiagudos que rasgaban aquel cielo negro, feo, solo embellecido por aquella enorme luna llena... Aquella perpetua luna llena. Entre aquella gente habían niños y ancianos, mujeres y hombres, reyes y aldeanos, pero ninguno se atrevía a encararse a los demás, eran débiles por sí mismos, necesitaban a los demás para sobrevivir y eso los obligaba a mantenerse unidos, a salvar las diferencias y a tratarse como iguales. Fue esta unión lo que les permitió asentarse en aquellas tierras yermas, podridas, muertas. Fue lo que les ayudó a cazar, la unión. Lo que les ayudó a alimentarse y a sobrevivir, su unión. Y esta unión fue lo que les ayudó a crecer, a dominar aquella tierra inhóspita, a instalarse en aquel paisaje destruido. Y nadie se atrevía a quejarse porque sabían perfectamente que aquello era lo único que tenían, lo máximo que podrían llegar a conseguir, y debían estar satisfechos con ello. Pero no cayeron en la cuenta de que esta unión, también podría llegarles a hacer mucho mal. Podría hacerles tantos daños como beneficios, tanto les ayudaba a cazar como les obligaba a repartir. Les ayudaba a sobrevivir tanto como les exigía agudizar su instinto de supervivencia. Les enseñaba a compartir tanto como les provocaba el egoísmo. Era un arma de doble filo, la necesitaban, pero les hacía daño. Y esto era lo que discutían, era esto de lo que se preocupaban más que de aquella perfecta, preciosa, redonda, perlada y perpetua luna llena, más que aquellas horribles, desgraciadas, torturadas, inhóspitas y quemadas tierras, y más que el reparto diario de aquellos flacuchentos animales, todo pellejo, que se hacía tras la cacería. Era la unión.
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MensajeTema: Adiós, madre. (II)   Adiós, madre. Icon_minitimeLun Feb 23, 2009 2:15 am

En aquella discusión estaban todos los miembros de la sociedad, de la civilización, o de lo que quedaba de ellas. Entre todos habían decidido escoger un representante y una comisión, un grupo, que los gobernaría sabiamente. Por eso del principio de igualdad en el que habían sido instruidos decidieron escoger a todo tipo de representantes, y así se formó aquella singular comisión de soberanos. Iba desde adolescentes de seis años hasta ancianas de treinta y seis. Esos personajes, esos soberanos eran Mila, una mujercita de catorce años, morena, sabia y peligrosa. Mila tenía un cuerpo envidiable ante todas las mujeres del pueblo, pues habiendo tenido ya, como era natural, tres hijos, mantenía su forma. Estaba tremendamente delgada, y además era increíblemente fuerte, podía llegar a sostener en el aire seis vacas sin esfuerzo, aunque esto perdía mérito al observar el estado de inanición de aquellos animales. Sus rasgos faciales eran también sorprendentes, pues a pesar de su edad aún no poseía ningún tipo de arruga y su pelo aún no tenía canas. Sus ojos eran fascinantes, eran enormes y muy claros, de color azul. En cambio, a pesar de tener un físico que todo el mundo envidiaba, su personalidad era algo que todo el mundo detestaba. Mila era aquella clase de persona que no permite hablar a nadie, aquella a la que solo le importa lo que opina la gente si es para halagarla, y aquella egoísta que solo piensa en sí misma. Otro de ellos era Rosario, el más joven. Tenía seis años, y era capaz, pese a encontrarse en la adolescencia, de trabajar más incluso que cualquier hombre ya adulto. Por esta razón tenía rasgos curtidos, ojos castaños muy rojos habitualmente y pelo oscuro diariamente enmarañado. Otro rasgo que presentaba era su piel áspera como una lija y su fuerza sobrehumana. Además, Rosario estaba lleno de tatuajes por todas partes según decía la gente. Este muchacho era admirado por mucha gente debido a su carácter amistoso, amable y bonachón. A mucha gente le resultaba chocante encontrar, en alguien tan joven un saber tan vasto y un corazón tan puro, pues Rosario era capaz de dar su vida por su pueblo, y lo demostraba día a día. Pero, a la par que bonachón y amistoso, Rosario era tan fiero como únicamente lo pueden ser las personas criadas en ese entorno. Y por esa razón, por su fiereza y su coraje, la gente lo respetaba más que al representante de la comisión de soberanos. También estaba Catalina, la más anciana, de treinta y seis años. Debido a su edad, pocos la respetaban, pero todo el mundo tenía claro que su opinión era la más sabia y justa. Catalina estaba ya llena de arrugas, como era natural, y su pelo ya no poseía color. No era muy alta y su fuerza era inexistente. Como es normal, el paso de la edad hace perder las facultades físicas, pero en el caso de Catalina era algo exagerado, había perdido casi toda su fuerza física. Sin embargo, y al contrario que el resto de ancianos, su mente había seguido aprendiendo y no se había atrofiado. Catalina era muy inteligente, y era perfectamente consciente de ello, pero procuraba no hacérselo ver a los demás. A pesar de ser la mejor cualificada para ser la representante, ella sabía de sobra que no la apoyarían y por eso nunca había sentido ningún tipo de ambición por ese puesto, la pondría en peligro. Sin embargo, su aguda inteligencia no le impedía tener amistades, aunque sólo fuesen en apariencia. Sus amigos normalmente eran los jovenzuelos de dos y tres años, que aprendían con ella hasta que cumplían los cuatro y entraban en la adolescencia. Era en ese momento, en la entrada en la adolescencia, en la fase de cambios, en la fase de la rebeldía y en la fase en la que más la necesitarían para aprender cuando la dejaban completamente de lado por ser, como decían, una vieja aburrida. La dejaban de lado todos menos una persona, aquella persona a la que Catalina llamaba su amigo verdadero, y a la que trataba como su hijo. El cuarto componente de la comisión era Soldado, un hombre robusto de diecisiete años, padre de familia y líder de los cazadores. Soldado era serio, muy serio. Pocas veces reía y era extremadamente exigente. Nadie en la aldea soportaba su presencia, nadie excepto los cazadores, que ya se habían acostumbrado a su carácter. Aparte de serio y exigente, Soldado era conocido por su poca inteligencia fuera del campo de la caza. Aunque Soldado fuese poco inteligente, era capaz de llevar, por lo menos, la cabeza de su familia y mantenía, como podía, a su mujer y su hijo. Con respecto a su apariencia física, todo el mundo admiraba sus ojos verdes, poco comunes en aquellas yermas tierras en las que vivían. Su pelo era largo, llegaba hasta el final de su espalda, y muy rubio. Sus facciones eran toscas, como cinceladas en piedra, y muy puntiagudas. Su cara decía muchísimo de su carácter serio, tosco, bruto y exigente. Pero, según decía, ¿de qué otra forma podía comportarse tal y como se había criado? Y es que Soldado no era un hombre de aquellas tierras. Soldado venía de muy, muy lejos, de unas tierras mucho más salvajes que aquellas que habitaban. De unas tierras donde, según él, no habían humanos ni nada que se les pareciese. Cuando decía esto, la gente siempre se preguntaba, y le preguntaba, cómo llegó él allí. Soldado siempre actuaba de la misma forma, y por eso respondía siempre del mismo modo: contando su historia desde el principio. Nunca supo quién o quiénes fueron sus padres ni si era totalmente humano, pues su memoria captaba imágenes difusas de aquellos remotos tiempos. Lo que sí sabía y se acordaba perfectamente era su infancia. Soldado creció en un bosque seco, entre animales, y con ellos aprendió a camuflarse, a dejarse llevar por el instinto, a cazar y, sobre todo, a moverse muy ágilmente y sin ser advertido. Su infancia fue corta, y su adolescencia más aún. Soldado se vio obligado a crecer demasiado rápido y por eso aprendió lo básico, lo suficiente y lo único para sobrevivir. Pero cuando superó la adolescencia, aquellos que lo habían criado ya no le trataron igual. Soldado era, a partir de ese momento, un adulto que debía abandonar la manada o sufriría las consecuencias. Se vio obligado a huir, perseguido por los animales que le criaron, quienes había considerado su familia, que le echaban de aquella su tierra, su casa. Desde el instante en que Soldado abandonó aquel seco y muerto bosque, se sintió solo y, misteriosamente, feliz. Se sentía libre, ya no tendría que obedecer. Sin embargo, su libertad duró poco cuando se dio cuenta de que no tenía comida, ni nada que cazar, ni refugio y además, le perseguían. Entendió entonces que, para poder dormir, comer y vivir, debía encontrar gente como él, debía emprender el peligroso viaje al sur. Y lo hizo, viajó durante un año entero huyendo y malviviendo, comiendo de lo poco que cazaba. A pesar de todo, sobrevivió y alcanzó aquellos terrenos, por fin viviría feliz. Después de oír esta historia, todo el mundo entendía, sin necesidad de palabras, por qué Soldado era tan inteligente a la hora de cazar y tan bruto a la hora de dialogar, pues se había criado salvaje. Y el último componente de la comisión y representante del pueblo era Din, el viejo Din. Tenía veintiocho años, y era uno de los ancianos más respetados del pueblo. Todo el mundo conocía a Din, todos sabían que si Din pedía algo había que hacerlo. Y Din también lo sabía, y se aprovechaba de esta circunstancia. Din era un viejo muy alegre, irradiaba simpatía, todo el que lo miraba sonreía, pues aquel anciano era capaz de sacar a la luz el recuerdo más feliz y la sonrisa más sincera de cualquier persona. Pero, a la vez, era tan despiadado y frío como sólo un líder puede serlo, pero esta cara de Din no la conocía nadie... O casi nadie, pues Din era incapaz de engañar a la vieja Catalina, pero no le importaba pues moriría tarde o temprano. Sí, Din pensaba así. Din, aquel viejo enano simpático de arrugadas facciones, brillantes ojos castaños y enmarañados cabellos blancos, sólo pensaba en su propio beneficio aunque aparentara lo contrario. Y su beneficio inmediato era apoderarse de la aldea, aquella aldea que solo Catalina le impedía conseguir. Pero lo conseguiría, Catalina moriría en breve, y la paciencia era una de sus grandes virtudes. Eran ellos, y no otros, los que poseían la palabra y los que discutían sobre aquel arma de doble filo, sobre aquello que les reportaba daños y beneficios, sobre la unión que tanto bien como mal les ofrecía. El resto de aldeanos miraba, observaba y analizaba; pero ninguno de ellos se atrevería a hablar, no tenían ese derecho. No poseían el privilegio de decidir o de opinar sobre aquella unión, no eran ellos los soberanos, y por eso escuchaban atentamente.

–Nadie sabe más que tú lo que podría pasar si rompemos la unión, Din –decía Catalina– No debemos romperla, por el bien de la comunidad.
–Para mí que esta vieja loca quiere engañarnos –interrumpió Mila– Con la unión lo único que conseguimos es perder beneficios, mi hija se muere de hambre. Y lo que es peor, yo me muero de hambre.
–Yo apoyo a Catalina esta vez, –intervino Soldado con una mirada sombría– sé lo que significa vivir en soledad... Y no es precisamente agradable.
–Mila cuenta con mi respaldo –comentó Rosario, únicamente.
–Sabemos que no eres muy propenso a dar explicaciones, Rosario –repuso Catalina– Pero estamos tomando una decisión muy delicada, y estas cosas hay que meditarlas.
–Hum... –continuó Rosario– Creo que tiene razón, necesitamos comer y tu idea no me inspira demasiada confianza.
–Din, necesitamos tu voto –retomó Catalina, haciendo oídos sordos al comentario de Rosario.
–Mantendremos la unión, –sentenció Din– es lo más sensato por el momento.
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Rosalie Hale

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MensajeTema: Adiós, madre. (III)   Adiós, madre. Icon_minitimeLun Feb 23, 2009 2:15 am

Catalina le dirigió una mirada agradecida, y entonces se dio cuenta de que Din estaba tramando algo. Y ese algo no podía ser nada bueno. La mirada de Din parecía fría, calculadora. Y ella, con sus años, conocía perfectamente esas miradas. Era la mirada de alguien que ansiaba controlar, alguien que necesitaba poder. No podía ser cierto. Din estaba intentando hacerse con el poder de la aldea, tendría que evitarlo. En ese instante, Din la miró. Le dirigió una mirada inescrutable, y Catalina retrocedió, atemorizada. Se despidió evitando dar muestras de su miedo y se dirigió en busca de su hijo, como ella lo llamaba. Tenía un plan.
Cuatro veces lo llamó, y a la quinta apareció. Landis era un joven adolescente, de unos cinco años. Era alto y delgado. Sus ojos eran, como era natural en la aldea, marrones. Pero su pelo era curiosamente púrpura, algo que nadie era capaz de entender, salvo quizás Catalina. Lo llevaba muy largo, por lo que solía atárselo en forma de cola. Además, Landis era muy inteligente, no en vano se había criado con Catalina, aprendiendo de ella. También era muy cortés y educado, y sabía como debía actuar en cada momento, sin dejarse llevar por el instinto. Landis era de aquellas personas que nadie podía pillar desprevenidas. Pero en ese momento Catalina lo había hecho, lo había sorprendido. No se esperaba su visita, Catalina nunca lo visitaba. Era él quien la visitaba. Por este motivo debía de ser algo muy importante, y él tendría que estar preparado para ello. Tendría que estarlo, y lo estaría.
En todas sus visitas, Catalina siempre le decía que él, algún día, tendría un gran papel en la historia. Landis no la creía, pensaba que lo intentaba animar. Sin embargo, cada vez que volvía, Catalina se lo repetía, y un día decidió preguntarle por qué. Entonces Catalina entendió que estaba listo, ya estaba preparado, pero Landis no lo supo. Ni siquiera recibió una respuesta de Catalina. Pero hoy parecía que las recibiría todas.
–¿Por qué has tardado tanto? –inquirió Catalina.
–Me estaba lavando –respondió Landis, sacudiendo la cabeza.
–Bueno, no importa –continuó Catalina, sin importarle que Landis la mojase– Tienes una misión.
–¿Misión? –se sorprendió el joven.
–Sí, –siguió la anciana– es hora de explicarte tu papel en la historia. Pero primero, acompáñame.
Y guió a Landis, quien la siguió sin dudar un instante, hacia el bosque muerto de aquellas yermas tierras, sin mirar siquiera un momento atrás. Bañados con la luz de aquella gigantesca y perpetua luna llena emprendieron un viaje que duraría un par de días pero que desembocaría con el descubrimiento de su cometido. Por fin sabría cual era su destino, para qué estaba hecho. Era estupendo, pero a la vez le daba un poco de miedo. Sin embargo, estaba con Catalina así que no podría pasarle nada. Catalina, aunque vieja y débil, tenía sus propios medios de defensa que, inexplicablemente, siempre funcionaban. Y sólo él, Landis, sabía por qué. Pensando en esto sonrió. Catalina lo quería como a un hijo, y él a ella como a una madre. Y por eso siempre habían estado juntos, porque el destino, y ellos mismos, querían y estaban dispuestos a ello. Landis siempre estaría junto a Catalina, y Catalina junto a Landis. O por lo menos, eso era lo que Landis quería.
Días después, al amanecer por cuarta vez, Catalina dio el camino por finalizado. Landis, al detenerse, entendió que aquel era el momento que siempre había anhelado. Era el momento en el que todas sus dudas, todas sus preguntas, serían respondidas; pero que él no quería que ocurriese. Sintió primero curiosidad, luego el deseo de salir corriendo y luego el amor que sentía hacia Catalina, comparable al de un hijo hacia su madre. Pese a todos esos sentimientos, contradictorios y que le animaban a correr y olvidarse de todo, supo que no tenía ninguna salida, supo que había llegado la hora de despedirse y comenzar su camino en soledad. Por otro lado, los sentimientos de Catalina eran parecidos. Tenía su corazón dividido, debía salvar a su pueblo, pero no quería abandonar al único hijo que había tenido. No quería dejar marchar a aquel joven que tanto había aprendido de ella, aunque desde que lo adoptó sabía que aquel momento llegaría inexorablemente. Con mucho dolor, se giró hacia Landis y le miró a los ojos. Entonces dijo:
–Landis, es hora de responder tus preguntas.
–Madre, –expuso Landis– quiero saber por qué hemos venido tan lejos si sólo vas a responder mis preguntas.
–Porque hoy, Landis, nos separaremos para siempre.
–¿Cómo? –casi gritó Landis– ¡No puede ser, no quiero marcharme de tu lado!
–Lo sé, Landis. –sollozó Catalina– Pero es tu destino, es para lo que te he criado. Tu misión es salvar a nuestro pueblo de la desgracia.
–¿Yo? –inquirió el joven con una mirada extrañada– Yo no, sólo soy un adolescente... Madre, ¿cómo voy a salvar a mi pueblo?
–Landis... –expuso la anciana– Te voy a contar cómo llegaste a nuestro pueblo, y cuál fue tu historia. La historia que nunca te he querido contar y la historia que tuve que borrar de cualquier memoria.
–De acuerdo, madre.
–Landis, tú no eres nativo de nuestra aldea. –comenzó a relatar Catalina con los ojos brillando y a punto de anegarse en lágrimas por los recuerdos– Llegaste aquí desde un lugar muy lejano, al otro lado de un océano que nosotros, los nativos, no hemos conocido jamás. Cuando te vi por primera vez, supe que estabas predestinado a salvar nuestro mundo... Pero nunca tuve claro cuando. Debes saber Landis, que no tienes padre ni madre, que lo que yo he hecho por ti es lo que una mujer desesperada por evitar la autodestrucción de su pueblo creía correcto para tu educación. Landis, yo sólo he utilizado mi sabiduría y te la he mostrado para que, con esto, tú pudieses ayudarme... Quiero que me hagas un favor, que cumplas tu misión y hagas que nuestro pueblo no se pierda en una guerra civil. Tienes que huir y encontrar a nuestro rey... Por favor, Landis... Necesitamos un gobernador sabio, justo... Necesito que encuentres la paz para nuestro pueblo. ¿Lo harás por mí?
–Sí, –respondió Landis– haré lo que me pides... Y lo haré por ti, por mi madre, que eres tú.
Así Landis se vio obligado a despedir a su único ser querido y a embarcarse en un viaje que, en un futuro, sería de regreso; pero que de momento era de ida. El joven marchó alejándose de todo lo conocido y en busca de aquello que vio alguna vez aunque no recuerde ahora.
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Rosalie Hale

Rosalie Hale



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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMar Feb 24, 2009 12:47 am

La obra termina ahí, la dejo abierta si queréis continuarla... Si queréis comentar algo, podéis... No está restringido ni nada jeje
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Bella Swan
Admin
Bella Swan



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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMar Feb 24, 2009 1:19 am

Es estupenda gracias por enseñarnos tu obra Smile

Bella Swan!!
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Rosalie Hale

Rosalie Hale



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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMar Feb 24, 2009 1:29 am

Ah, no hay de qué jaja y gracias por lo de estupenda Very Happy
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Jasper Hale

Jasper Hale



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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMar Feb 24, 2009 9:10 pm

Es una historia genial, te metes ensegida en el argumento!
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Rosalie Hale

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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMiér Feb 25, 2009 12:34 am

Gracias Very Happy
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Alice Cullen

Alice Cullen



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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMar Mar 03, 2009 10:04 pm

Hi Rosalie!!!!!!

Bueno, me gustaría felicitarte por tu obra, puesto que me ha encantado. Y muchísimas gracias por permitirnos leerla, puesto que gracias a ella he tenido un ratito bastante entretenido Very Happy


Kisses
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Rosalie Hale

Rosalie Hale



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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMiér Mar 04, 2009 12:53 am

Jeje, muchísimas gracias Alice, no sabes cuánto me agrada que hayas disfrutado leyendo algo escrito por mí Wink
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Alice Cullen

Alice Cullen



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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitimeMiér Mar 04, 2009 2:49 am

Si, en serio. Te metes fácilmente en la obra y el final da mucho que pensar...

Yo a ver si este viernes comienzo a subir nuevamente más capítulos que tengo preparados. Las clases y las cosas que tengo qeu hacer me absorven bastante, pero ahora que acabé los exámenes por el momento, tendré que aprovechar!! Very Happy


Kisses
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MensajeTema: Re: Adiós, madre.   Adiós, madre. Icon_minitime

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